sábado, 3 de julio de 2010

sandra plevisani


Sandra Plevisani habla rápido y su mente parece una batidora veloz. Sus palabras se mezclan como en la mejor de sus recetas mientras dice lo que piensa, sin empachos. Sandra ríe, llora, se enoja, todo de un momento a otro, todo de manera franca y sencilla. Es imposible no reír con ella, es imposible no llorar cuando recuerda a su hija Camilla. La muchacha Pierantoni que hace años asumió el apellido de su esposo sin remilgos es una mujer intensa.

Trabajadora, no tiene oficina en ninguno de sus cuatro restaurantes, pero su espíritu está presente en cada uno de los ambientes. Cuando pasea por los salones de La Trattoria di Mambrino S.A., cuando recorre sus tres locales de La Bodega de La Trattoria, Sandra sonríe como niña que acaba de comer chocolate. Socia y amante de su esposo Ugo Plevisani llegaron a un acuerdo eficaz. Él se encarga de lo salado, ella del dulce. Ambos de la decoración. La reina de los postres sonríe mientras camina en su taller donde experimenta con la harina, los huevos, el azúcar y la leche, pero tiene una herida abierta que no la deja. Camilla, su tercera hija murió cuando tenía 11 años víctima del cáncer y es en su nombre que Sandra vende libros con sus recetas secretas. Y todo para ayudar a otros niños que pasan por la misma enfermedad y todo para cumplir su promesa de ayudar. Su programa “Dulce Secreto" ingresa a su cuarta temporada en Plus TV y hay recetas para rato. Con una agenda ocupada, con un 2008 cargado de proyectos editoriales y tentaciones publicitarias, lo normal es que siempre le pregunten por la receta de su éxito.

¿Es verdad que te costó siete años llegar al creme brulée?
Es verdad, lo descubrí en Nueva York, en el restaurante Le Cirque, cuando tenía 23 años. Me gustó tanto que pedí dos y me dieron la receta, pero en el papel no te contaban cómo lo hacían. Siempre faltaba algo. Cuando regresé a Lima, comencé a darle y darle, pero se me cortaba la crema, se me separaba la grasa, me quemaba, hasta me compré una plancha catalana, pero se me aguaba todo, un desastre. Un día después de tanto ensayo error, después de siete años, me compré un video de un cocinero muy famoso, Wolfgang Puck, donde estaba el arma secreta: era un soplete gasfitero.

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